El Gran Premio de Qatar 2023 se ha erigido como un nuevo hito en la temporada de Fórmula 1, no solo por consolidar la histórica victoria de Max Verstappen en el campeonato, sino también por demostrar un inesperado grado de competitividad por parte del equipo Red Bull. Tras un rendimiento dominante durante casi toda la campaña, la cita en el Circuito Internacional de Losail abrió una serie de interrogantes relacionados con el rendimiento real del RB19 frente a sus rivales, así como el papel de los neumáticos y las particularidades del trazado qatarí en la ecuación.
Desde las primeras tandas del fin de semana, quedó claro que Losail no sería una carrera habitual. La FIA, por cuestiones de seguridad, impuso límites severos tanto en los track limits como en la ventana de uso de neumáticos, revolucionando las estrategias. La propia naturaleza abrasiva del circuito y el grip que otorga su asfalto demandaron un enfoque completamente diferente al habitual, en especial con la obligatoriedad de realizar al menos tres paradas en boxes.
Red Bull, acostumbrado a administrar la degradación y a jugar con distintas ventanas de rendimiento, se encontró en una situación novedosa: todos los equipos debían rodar al máximo, sin guardar neumático, convirtiendo la carrera en una especie de "sprint extendido". Esto supuso que tanto Verstappen como su compañero Sergio Pérez compitiesen bajo una presión constante, sin la posibilidad de administrar el ritmo como en otras ocasiones.
Bajo estos factores, el rendimiento del RB19 fue sometido a examen. Si bien la superioridad en calificación del sábado avecinaba una carrera controlada para Verstappen, la realidad se volvió más matizada con la evolución de la prueba. La capacidad del neerlandés para mantener un ritmo constante y manejar el desgaste sin pérdida de tiempo significativa frente a los McLaren de Oscar Piastri y Lando Norris fue clave. Sin embargo, la diferencia no fue tan abrumadora como en otros grandes premios: ambos pilotos británicos lograron mantener una presión inusitada sobre Red Bull, destacando especialmente el joven Piastri con su ritmo en los compases finales.
La comparativa de los stints arrojó datos reveladores. A igual número de vueltas y compuesto, las diferencias entre Verstappen y los autos papaya estuvieron dentro del margen de pocos décimos por vuelta, algo que no se había visto con tal claridad en carreras anteriores. Esto se tradujo en una mayor emoción en pista y en la certeza de que, al menos bajo determinadas condiciones, Red Bull puede ser alcanzable.
No obstante, es preciso valorar la resiliencia y capacidad de análisis del equipo de Milton Keynes. El ingeniero jefe Paul Monaghan admitió tras la bandera a cuadros que la posición holgada del RB19 en condiciones normales se vio desafiada en Qatar. Las “tres paradas obligatorias”, lejos de ser un factor limitante, pusieron a prueba la ejecución estratégica y la adaptabilidad de los equipos, destacando el buen hacer de McLaren en este tipo de escenarios de “máximo ataque” y cómo Red Bull supo responder manteniendo a raya a sus rivales con una combinación de ritmo sólido y excelente trabajo en boxes.
Otro elemento digno de análisis fue el efecto de los límites de pista, que arruinaron la carrera de varios pilotos y provocaron cambios estratégicos constantes. Verstappen y Pérez demostraron un autocontrol milimétrico en este aspecto; mientras que otros favoritos vieron penalizados sus esfuerzos, la dupla de Red Bull minimizó riesgos, evidenciando su profesionalidad y entendimiento del momento.
La narrativa del evento deja tras de sí varias lecturas interesantes. Si bien Red Bull sigue siendo el patrón de referencia, la mínima ventana de rendimiento en relación con McLaren debe motivar a sus ingenieros a no dormirse en los laureles. Para los aficionados, la sensación de que el dominio puede ser puesto en entredicho bajo ciertas condiciones es una noticia excelente para la emoción y competitividad de la Fórmula 1. Todo apunta a que, si el entorno lo permite, las espadas estarán en alto de cara a las próximas pruebas.