El regreso de la Fórmula 1 a Las Vegas prometía una fiesta de velocidad y espectáculo, pero el inicio del fin de semana del Gran Premio estuvo marcado por acontecimientos controvertidos y únicos incluso para los estándares modernos del deporte. La sesión inaugural de entrenamientos libres (FP1) fue drásticamente interrumpida debido a un grave inconveniente con la pista, dejando a equipos, pilotos y aficionados perplejos ante la gestión del evento en uno de los escenarios más icónicos del mundo.
La causa del problema fue tan insólita como preocupante: una tapa de alcantarilla suelta en la larga recta principal del circuito urbano causó daños serios en el Ferrari de Carlos Sainz y efectos menores en el Alpine de Esteban Ocon. Sainz, visiblemente frustrado, tuvo que abandonar la sesión después de que su monoplaza experimentara daños en el chasis, el fondo plano y la batería tras el impacto. Este incidente reaviva la eterna discusión sobre la preparación y seguridad de los grandes premios urbanos, en especial cuando la espectacularidad a veces parece chocar con la seguridad y la tradición de las pistas permanentes.
Tras una larga espera y trabajos de reparación contrarreloj, la organización decidió suspender la FP1 y, tras consultar con los equipos y la FIA, dar luz verde a una segunda sesión (FP2) extendida a 90 minutos, pero sin la presencia de público en las gradas debido a las restricciones de tiempo y logística. La situación dejó un sabor agridulce en el paddock y, sobre todo, entre los fanáticos que tanto habían anticipado esta cita histórica.
En lo estrictamente deportivo, la FP2 fue el primer escenario real donde los equipos pudieron recopilar datos sobre esta singular pista urbana, caracterizada por su asfalto nuevo, una recta principal vertiginosamente larga y zonas técnicas que ponen a prueba tanto la eficiencia aerodinámica como la gestión de los neumáticos. Charles Leclerc, a bordo de su Ferrari —ya reparado tras la madrugada de trabajo del equipo de Maranello—, brilló con luz propia marcando el mejor tiempo de la sesión, seguido por su compañero de equipo Carlos Sainz. Los Ferrari se mostraron cómodos en un entorno que, en teoría, no parecía a priori el más favorable para ellos.
Detrás de los monoplazas rojos, Fernando Alonso señaló el potencial del Aston Martin al situarse en los puestos de cabeza, mientras que Red Bull, con Verstappen, se mantuvo cauteloso, probando distintas configuraciones y centrando sus esfuerzos en recopilar información sobre el comportamiento de los neumáticos, especialmente en las gélidas temperaturas nocturnas, las más bajas de la temporada. Esta condición añadirá un factor impredecible para pilotos y estrategas: calentar y gestionar los neumáticos puede convertirse en la clave para maximizar la clasificación y el ritmo de carrera.
Por supuesto, no todo fueron buenas noticias. La penalización impuesta a Carlos Sainz por el daño derivado del incidente con la tapa de alcantarilla generó polémica dentro y fuera del paddock. Ferrari solicitó a la FIA una exención para que el piloto madrileño pudiera reemplazar componentes sin ser penalizado, haciendo eco del sentido común y del espíritu deportivo. Sin embargo, la normativa prevaleció, y Sainz deberá concretar una remontada si quiere aspirar a un resultado destacado en el glamoroso entorno nevadense.
Más allá de los problemas iniciales, la atmósfera que rodea al Gran Premio de Las Vegas es electrizante. Un regreso cargado de simbolismo, con la Strip de fondo y una ciudad que respira Fórmula 1 por cada rincón. Las expectativas son altas no solo por el espectáculo en pista sino por el impacto económico y mediático que representa para el deporte. ¿Podrá la F1 conquistar Las Vegas y dejar una huella imborrable? Sin duda, este fin de semana será recordado tanto por sus desafíos logísticos como por las historias que se escribirán bajo las luces de la ciudad que nunca duerme.