El Gran Premio de Monza siempre ha sido un escenario especial para Ferrari, un circuito que evoca emoción y pasión tanto en los tifosi como en quienes siguen la Fórmula 1. Sin embargo, la edición más reciente dejó al descubierto ciertas limitaciones técnicas fundamentales en el monoplaza de la Scuderia para 2025. Más allá de la estrategia y el empuje de sus pilotos, el SF-25 evidenció carencias que podrían condicionar el futuro inmediato del equipo de Maranello.
A primera vista, puede parecer que Ferrari ha dado pasos sólidos desde la temporada pasada: mejores tiempos de clasificación, victorias disputadas y una fiabilidad notablemente mejorada. Sin embargo, en una pista como Monza, donde la eficiencia aerodinámica y la competencia en velocidad punta son cruciales, los defectos estructurales salieron a la luz. No es solamente una cuestión de potencia: la forma en que el coche utiliza el aire, cómo distribuye el peso y reacciona ante la degradación de los neumáticos son aspectos en los que aún dista de la excelencia que exhiben sus principales rivales.
La configuración de baja carga aerodinámica requerida en Monza puso a prueba la capacidad del SF-25 para mantener agarre en las zonas rápidas y estabilidad en las frenadas. Aunque Charles Leclerc y Carlos Sainz lograron extraer lo máximo del paquete técnico, la falta de equilibrio en curvas largas y el desgaste acentuado de los neumáticos condicionaron su ritmo de carrera. Desde boxes, el análisis fue claro: la ventana operativa del coche sigue siendo demasiado estrecha y demanda ajustes extremos para acercarse a su punto óptimo de rendimiento, algo que limita la flexibilidad estratégica.

El reto al que se enfrenta Ferrari va más allá de solucionar problemas puntuales: necesita una revisión en profundidad de su filosofía de diseño. Mientras Red Bull y McLaren exploran conceptos aerodinámicos vanguardistas, Ferrari parece anclada a una arquitectura que favorece la eficiencia en circuitos técnicos pero penaliza en trazados de alta velocidad. La diferencia en la gestión de flujos de aire por los laterales y bajos del coche se traduce en menos carga efectiva y una mayor dependencia de la configuración de alerón, lo que a su vez perjudica la tracción y la estabilidad en el paso por curva.
Las voces dentro del equipo reconocen que el aprendizaje de Monza redundará en la evolución del coche para las próximas carreras y, sobre todo, para el proyecto de 2025. Las simulaciones y el trabajo en el túnel de viento ya están orientados a encontrar ese equilibrio tan ansiado entre velocidad punta y paso por curva, todo ello sin comprometer la fiabilidad mecánica. Además, la integración de nuevas tecnologías y materiales más ligeros será clave para reducir el peso total, otro de los talones de Aquiles del actual SF-25.
No solo se trata de mejorar el coche en las rectas: la gestión energética del sistema híbrido y la comunicación entre el chasis y el software de control son áreas en las que Ferrari está trabajando con especial atención. El objetivo es desarrollar un monoplaza más “todo-terreno”, capaz de adaptarse rápidamente a las exigencias de cada circuito sin sacrificar prestaciones. Los ingenieros saben que el margen es estrecho, y que la competencia no espera.
La presión es máxima, tanto interna como por parte de los seguidores. Ferrari es más que un equipo; es un símbolo cultural y deportivo. Sus técnicos, liderados por Fred Vasseur, tienen la misión de convertir las debilidades descubiertas en Monza en puntos fuertes para la próxima temporada. El desafío es complejo, pero el compromiso y la determinación de volver a la primera línea es más fuerte que nunca en Maranello. Si logran capitalizar lo aprendido y traducirlo en un salto cualitativo, el regreso al escalón más alto no solo será posible, sino que apasionará aún más a la afición de la Fórmula 1.