Primero, el casi mortal accidente de Rubens Barrichello, luego Roland Ratzenberger, y finalmente, el doloroso y imborrable recuerdo de la muerte de Ayrton Senna. Ambos siguen doliendo hasta hoy.
Es difícil olvidar estos días, pero es aún más difícil recordar cuando uno ha estado en esos lugares, ha tocado el asfalto y la barrera de goma en esas curvas donde los mencionados dos pilotos dejaron este mundo terrenal. Tuve la suerte de colocar flores en la "verdadera tumba" de Senna y Ratzenberger en Imola, y puedo afirmar con certeza que en esos lugares se puede casi sentir el grito de las almas.
El Gran Premio de San Marino se llevó a dos pilotos fantásticos de la Fórmula 1. El 30 de abril de 1994, el emergente Roland Ratzenberger, que estaba al comienzo de su carrera, y luego el 1 de mayo, la superestrella mundial Ayrton Senna. Fue una experiencia realmente horrible, pero al mismo tiempo exaltante, visitar y recordar a estos dos deportistas, cuyos espíritus impregnan cada rincón de la pista. A menudo, uno siente que cuando los jóvenes de una serie feeder están en la parrilla de salida esperando que se apaguen las luces, los dos viejos los cuidan desde arriba, y les dicen:
“Aceleren hasta la ceguera, chicos, ya no tienen nada de qué tener miedo. Nosotros ya pagamos el impuesto al diablo en su lugar...”
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